El juego de las escondidas en Siem Reap.

Quería jugar a ser una niña de nuevo. Quería jugar a ser una niña, pero sobre todo, jugar lejos, muy lejos de mi casa y Angkor apareció en mi mente. Como las mejores ideas que he tenido en mi vida, no recuerdo el momento en que se fue colando pero una vez que me percaté de que allí estaba, ya no la pude erradicar más.

Para el juego tuve que estar lista en la puerta del hostel a las 5 am, sin desayuno, con sólo unas galletitas en la mochila. Detenida en ese umbral, en la otra punta, el mundo. Tuve que subirme a un tuk tuk y pasear en la oscuridad de Siem Reap mientras el viento me iba despertando. Tuve que ir distinguiendo los puntitos de los autos y demás vehículos que se iban sumando a la misma marcha que yo iba a iniciar. El juego tenía cientos de participantes esa mañana pero no estoy segura de que todos supieran que iban a jugar. Creo que muchos iban con otra idea en la cabeza.

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Niños jugando en los templos de Siem Reap

El primer paso consistió en no dejarnos atropellar. En tomar un celular y alumbrar un poco el camino junto a toda la gente que descendía de los vehículos y comenzaba a caminar. Algunos más rápido, otros más lento. La primer parte del juego siempre tiene la emoción de lo desconocido y, aunque yo ya había visto el escenario anteriormente, jugaba a lo desconocido. Se palpitaba y se respiraba.

Cruzamos el puente. Sentía el agua a mis costados. Cada tanto algún reflejo se escapaba de las tantas linternas y me enseñaba dónde estaba el límite para no caerme. Sabía lo que estaba frente a mí pero jugaba a que esa era la primera vez que subía esos escalones de piedra, que ingresaba en los pasillos fríos y buscaba los ecos.

Salí nuevamente al aire libre, a la completa oscuridad y sonreí porque disfrutaba el juego, porque lo sentía crecer dentro de mí. Yo lo respiraba ahí delante, oscuro, invisible pero omnipresente. Como un templo que va a ser descubierto por primera vez. Me sumergí en la ilusión. Era un juego, todos los sabíamos. Había gente que caminaba allí sólo para sacar una foto famosa, otros que sólo querían ser testigos de algo tan sencillo como un amanecer y, estaba yo y aquellos que como yo, jugábamos a ser niños de nuevo. Jugaba a ser exploradora, jugaba a documentar con todas las fibras de mi ser la aparición de uno de los templos más antiguos de la historia. Jugué a documentarlo con la cámara, claro, pero también con esta birome, con este papel, con el pasto que me quedó pegado en el pantalón negro que tenía puesto. Con los ojos que se fueron acostumbrando a la oscuridad y fueron distinguiendo las siluetas de las cinco torres y los diferentes árboles.

A mitad de recorrido del juego, descubro a Angkor Wat siendo habitado por miles de años, por todos los fantasmas que permanecieron, por todos los que cruzaron indiferentes ante él, por todos lo que como yo, lo habitan por breves segundos.

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El juego me otorga la curiosidad y el asombro que escasea en estos años. En el juego estoy estática a primera vista pero revoloteo por todo el mundo y por todos los años habidos y por haber; soy más nómada que nunca. Soy la inquietud que parpadea en cada luz que capta mi ojo.

El cielo se fue iluminando de a poco, tan de a poco que creí que el juego iba a durar para siempre, (aunque todos sabíamos que no era así). El templo se develó, el sol apareció tímido. Nos fue dando la bienvenida atravesando las torres. Suavemente sentí que estaba llegando al final del recorrido. El juego estaba llegando a su fin. Ya podía distinguir en toda su plenitud a la multitud que me rodeaba sin verla. Logré escucharlos hablar y disparar sus cámaras. El juego se me escapó y lo dejé ir. Angkor Wat ya no estaba habitada por fantasmas, estaba sumergida en un zapateo internacional del cual yo también formé parte. Lo acepté y me levanté. Caminé sus corredores una vez más. Lo escuché susurrarme cosas cada tanto y entonces caí en la cuenta de que algún día podría volver a jugar. Algún día volvería a amanecer y ese sol me encontraría con una pequeña linterna lista para descubrir lo que sea. Lista para volver a jugar.

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Compañeros de aventura…

 

 

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